Poner límites para crecer

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¿Cuántas veces nos hemos quedado con las ganas de decir “no”? Es curioso que mucha gente tiene ganas de poner límites pero no lo hace por el prurito de “no ser brusco” o “no quedar mal con el otro”, aunque no tenga nada importante que perder?

Esta situación es muy frustrante para quien la vive, pero tiene una razón de ser. Suele pasar por dos razones: miedo a la soledad y miedo al rechazo social. Aunque están interrelacionados, son impedimentos con dinámicas propias, en el primer caso endógena y en el segundo exógena.

El miedo a la soledad puede tener que ver con situaciones de abandono que se vivieron en la infancia o la adolescencia. Esto hace que muchas personas acepten actitudes vejatorias y abusivas de terceros para no perder su atención. El problema de estas actitudes es que se retroalimentan y para acceder a la “satisfacción” que nos da la compañía de estos personajes, cada vez tendremos que aceptar situaciones que, en condiciones normales, son inaceptables.

El miedo al rechazo social no tiene necesariamente que responder a situaciones traumáticas de nuestra formación como individuos, pero sí al hecho de constatar que determinadas actitudes o pensamientos, sean o no lícitos, no están bien vistos socialmente. En este caso, hay dos opciones: adaptarse, en parte o totalmente, a las normas sociales, o romper abiertamente y ser consecuentes con lo que somos, sabiendo que esto tiene un coste en nuestras relaciones en un primer momento.

En todo caso, ambas situaciones, al fin y al cabo, responden a sentimientos de inseguridad, aunque la primera es más profunda que la segunda. La experiencia vital nos puede ayudar a relativizar los vaivenes emocionales propios de la adolescencia y relativizar las situaciones dolorosas, comprobando que, al final, los rechazos y la aceptación son procesos naturales de la vida y no haremos un mundo de que alguien nos deje de hablar o se sienta contrariado ante nuestra actitud. Nos respetamos y este es el primer movimiento para vivir en coherencia y ser felices.

La felicidad consiste en buscar nuestra esencia y ser fieles a nuestras convicciones, aunque es evidente que nuestras actuaciones no van a gustar a todo el mundo, lo que supondrá decir que “no” en algunas ocasiones y mostrar nuestra oposición a actitudes u opiniones de otras personas, aunque las apreciemos. Esto no significa ser rígidos y no escuchar a los demás, pero siempre que no sintamos que no vivimos conforme a lo que somos y lo que sentimos.

 

 

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